En tiempos de crisis, cultivemos la esperanza
Actualizado: 14 de sep de 2020
En días en que la pandemia por el Covid-19 se extiende por el mundo, generando miedo, sufrimiento e incertidumbre, es importante ahondar y redescubrir la esperanza, a través de la reflexión del sentido de la vida.
Te invitamos a leer este artículo sobre la esperanza, escrito por el sacerdote Patricio Burich y el diácono Benjamín Ossandón, que puede ser de ayuda para mantenerla y cultivarla en este tiempo de crisis.
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¿SABÍAS QUE?
La esperanza es la “virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CEC 1817).
El Papa Benedicto XVI escribió una encíclica especialmente dedicada a la esperanza cristiana, llamada “Spe Salvi” (Salvados en la Esperanza). En ella nos dice que “el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (SS 1).
¿Dónde está Dios?
Hace pocos días una monja iba caminando por la calle y una persona le dijo: “Hermana, en esta desgracia que está ocurriendo en el mundo, en este dolor y sufrimiento producto de la pandemia, ¿dónde está Dios? ¿Se fue de vacaciones?”.
Es una frase, un mensaje, fuerte que más de alguno se ha planteado en estos días. ¿Es verdad que Dios es indiferente a nuestra situación? ¿Está Dios, acaso, sentado en un sofá, comiendo cabritas, y contemplando cómo el hombre y la mujer de hoy batallan, sufren y mueren? ¿Dónde está Dios? ¿Cuál es su mensaje? ¿Sálvense quien pueda?
La fe cristiana nos muestra que Dios está siempre presente. En la vida de Jesús podemos contemplar cómo Dios sale a nuestro encuentro, viene en nuestra ayuda, y nos acompaña —¡codo a codo!— en todos los momentos de nuestra vida, sobre todo, en los peores.
Dios no es indiferente. Dios no está descansando en el sofá. Dios se ha hecho hombre para acompañarnos, sufrir con nosotros y animarnos en la Esperanza, que es su “Presencia presente” y su amor.
¿Las crisis y el sufrimiento excluyen la Esperanza?
Es verdad que el sufrimiento “boicotea” nuestras ganas de vivir y seguir luchando. En ese sentido, la incertidumbre y preocupación por el futuro, que se nos presenta tantas veces oscuro, nos desmotiva y nos lleva al desaliento. Pero ¿será indispensable que desaparezca el dolor y la inseguridad para que sea razonable esperar?
Se puede limitar y luchar contra el sufrimiento, pero extirparlo del todo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación y eliminar por nosotros mismos todo el poder del mal y de la culpa. “Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella” (SS 36). El sufrimiento forma parte de la vida, es un compañero de camino, que muchas veces ayudará a purificar las esperanzas humanas y transformarlas en experiencias que lleven desde la cruz hacia la resurrección.
En realidad, la lucha por una sociedad más justa, por la verdad y el bien, conlleva inevitablemente el sufrimiento. Pero “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (SS 37). Y es que en el sufrimiento también hay esperanza. Más aún, “la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor…es constitutiva de la grandeza de la humanidad” (SS 38). Cuando el sufrimiento se comparte, mediante la com-pasión, el sufrimiento queda traspasado por la luz del amor y emerge la con-solación.
En efecto, la experiencia cristiana no se sustrae de las crisis. Por el contrario, a menudo es a través de ellas que se abre camino. Ciertamente, nunca son deseadas, pero a pesar del sufrimiento y de la dureza que implican, representan momentos de profunda transformación. Precisamente cuando la realidad humana contradice nuestras expectativas, es cuando se hace necesaria la esperanza del Evangelio; en lo difícil, en la oscuridad, es donde se crece. No cuando podemos, sino cuando ya no podemos. Por eso —tal vez— éste es el tiempo para aprender a esperar (cf. La esperanza es un camino, 12-35).
¿Cómo se aprende a esperar?
Antes que todo, es esencial la oración, aprender a conversar con Dios. Y es que el que reza se abre más allá de las capacidades humanas y nunca está totalmente solo.
La oración es una escuela de esperanza, porque ensancha y purifica nuestros deseos. “En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios” (SS 33). El fin de la oración no es obtener lo que pedimos, sino transformar nuestro corazón. Por eso, nuestra tiene que ir transitando de hablar unilateralmente a Dios, a escuchar lo que Él quiere decirnos a nosotros y dejarnos convertir por su gracia; se trata de ejercitarse en una oración de abandono y confianza en la Providencia misericordiosa del Padre Dios.
Otro elemento que también ayuda a crecer en la esperanza es tener presente la Eternidad, especialmente el Juicio Final. Esperar en una rectitud que responda a tanta injusticia, a tanto sufrimiento de los inocentes y de cinismo de poder. Una verdadera justicia debería suprimir el sufrimiento presente pero también el del pasado. Esto significa que no podría haber justicia sin resurrección de la carne. Y “sí, existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho” (SS 43). Por eso la fe en el Juicio final es, ante todo, esperanza. Así, el mirar hacia “adelante” otorga la importancia que tiene la vida presente para el cristiano y su responsabilidad. Sólo si esperamos una meta tan grande, tendremos la fuerza para sobrellevar el esfuerzo del camino.
Un último espacio que queremos resaltar para aprender la esperanza es el mismo sufrimiento o experiencia de fracaso. En efecto, las experiencias de frustración pueden purificar la esperanza y predisponer el corazón para algo más grande que las propias expectativas: “el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir” (SS 38). Con todo, también las experiencias de plenitud (como las vivencias de solidaridad o bondad) pueden ser un lugar para educar la esperanza, si reconocemos en ellas una anticipación, aunque sea limitada, de las promesas de Dios. Por eso es esencial discernir todos los acontecimientos de nuestra vida, dejando que la luz de Dios les otorgue su verdadero y más trascendental significado.
Retiro Semana Santa: La Esperanza
Para profundizar más en el sentido de la Esperanza en este tiempo, te invitamos a escuchar esta charla:
Desde su experiencia como seminarista, el ahora diácono Benjamín Ossandón nos explica cómo alimentar la esperanza en estos tiempos de incertidumbre.
La Cabaña
Para reflexionar todo esto, te recomendamos especialmente ver la película La Cabaña y luego leer esta reflexión acerca de ella:
Después de sufrir una tragedia familiar, Mack Phillips cae en depresión y en una crisis de fe. Una enigmática carta lo lleva a viajar a una cabaña, donde se encontrará con alguien inesperado.
¿Qué nos dice el Papa Francisco sobre la Esperanza?
“Es otro ‘contagio’, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’”.
Papa Francisco
¿Qué nos dice el Magisterio sobre la Esperanza?