Un viaje, la paciencia y la pandemia

Actualizado: 2 de sep de 2020

El padre Francisco Cruz, asesor de la Pastoral UC, escribe sobre otras maneras de ver el tiempo desde la sabiduría rural.

Un viaje, la paciencia y la pandemia

Pbro. Francisco Cruz

Asesor Pastoral UC



Recuerdo la invitación que me hizo un amigo para visitar su campo. Me dijo que quedaba un poco lejos pero que valía la pena conocerlo. Partimos temprano y yo con mucho entusiasmo, pero después de un buen rato en el auto, me di cuenta que el viaje no era tan corto como creía. Había que desviarse de la carretera, tomar un camino interior muy transitado y pasar varias cuestas. Ya a las 3 horas de viaje, quería llegar, pero faltaba desviarse hacia la cordillera…. La verdad, estaba un poco cansado, y, ya desanimado, pensé que todo esto era tiempo perdido. Podría haber estado haciendo tantas cosas productivas, y en vez de eso, me encontraba en este viaje largo y cansador.


En eso llegamos a un pequeño pueblo que tenía una calle larga con algunos negocios y que atravesamos rápidamente. Mi amigo me dijo: “Falta poco. Este es el último pueblo y de aquí derecho al campo”.


Fue ahí, a la salida del pueblo, en donde divisamos a un anciano esperando en un paradero. Mi amigo se detuvo diciéndome: “Aquí todos llevan al que está esperando”. Se subió don Segundo muy contento y agradecido. Cuando le preguntamos para dónde iba, nos respondió que volvía a su casa desde el pueblo. Había venido a hacer unas compras en el bus de las 9, pero ahora debía esperar el bus del medio día para regresar. “¿Y a qué hora pasa ese bus?”, le pregunté. Me dijo: “Falta poco. En una hora más, porque sólo pasa tres veces al día”. Le pregunté cuánto rato llevaba esperando ahí sentado, y me dijo que 1 hora, no más.


Y pensé: estoy desesperado por llevar 3 hrs. viajando cómodamente en un auto más de 300 kms. y don Segundo iba a esperar 2 hrs. el bus que lo llevaría a su casa que queda tan sólo a 10 kms de distancia….

El encuentro con don Segundo me hizo reflexionar. Lo miraba y estaba muy tranquilo y alegre.


“Encontré todo lo que me hacía falta en el pueblo”, nos dijo, “hasta harina, así que podré hacer pan”.


“Que bueno, don Segundo”, le dijimos, “porque con un viaje tan largo sería una pena no encontrar lo que uno buscaba”.


“No crea Ud.”, agregó, “a veces, no hay, y uno se tiene que volver con lo que pilló nomás pues”. Y soltó una carcajada y se encogió de hombros.


Yo no podía dejar de admirar la grandeza de ese hombre que en unos pocos minutos me estaba dando una tremenda lección de vida. Para él, el tiempo parecía tener otro ritmo.


Inmediatamente me calmé, y comencé a disfrutar del viaje.


Mientras avanzábamos por el polvoriento camino y cruzábamos por plantaciones de nogales, comencé a comprender la sabiduría de don Segundo. Él sabe que todos esos árboles se demoran en crecer y en producir su fruto….. ¡por supuesto! Eso es tener paciencia. ¡Qué importante es aprender a tener paciencia!

Creo que también las personas debemos comprender que la vida tiene sus tiempos que debemos conocer y respetar. Y especialmente cuando pensamos que podemos controlar el tiempo.


Sin duda la persona que sabe esperar vive mejor y más tranquila. Tantas neurosis, angustias y estrés que vamos sufriendo vienen causadas por el hecho de querer controlarlo todo.


Muchas veces queremos hacer todo de manera rápida. Pensamos que las cosas tienen que resolverse de inmediato y no nos gusta que nos hagan esperar.


Estos días de pandemia se han hecho largos, quizá demasiado, y el hecho de vivir en cuarentena y con restricciones a lo que habitualmente estábamos acostumbrados nos tiene desesperados. ¡Sin duda nos cuesta ser pacientes!


Que: cuándo podremos ir de compras, cuándo podré visitar a mis amigos, cuándo podré hacer el viaje que tenía programado, cuándo podré hacer la fiesta de mi cumpleaños…. Obligadamente estamos aprendiendo que no controlamos el tiempo, pero sí vivimos en él.


Uno de los principales motivos de impaciencia es el hecho de no poder encontrarnos nuevamente con nuestros familiares y seres queridos. Ya queremos volver a verlos, saludarlos y decirles presencialmente que los queremos. Aunque la tecnología nos va ayudando para saludarnos por facebook, whatsapp, instagram y algunas otras plataformas, nos damos cuenta de que no bastan. Somos seres sociales, que necesitamos encontrarnos no sólo virtualmente sino presencialmente y por tanto anhelamos volver a juntarnos.


Esto que puede verse sólo desde el lado negativo, en realidad tiene muchas enseñanzas positivas. Una de ellas es que nos hace valorar a muchas personas que quizá antes de la pandemia no habíamos percibido que eran tan importantes para nuestras vidas. Los hermanos, los abuelos, los primos, los compañeros de curso, de trabajo, los vecinos, los amigos… Nos hemos dado cuenta de que tenemos tanta gente que es significativa para nuestras vidas y que ahora sí hemos aprendido a valorar.

Pero ¿qué hacer, si todavía no podemos volver a la vida normal?


La paciencia es la palabra que me hace recordar don Segundo. Su sabiduría de hombre de campo nos enseña a saber esperar sin desanimarnos. Si sólo somos creaturas y el dueño del tiempo es Dios.


La paciencia nos tiene que ayudar a ser capaces de vivir anhelando aquello que buscamos como si ya casi lo tuviéramos, pero sin perder la calma. Porque aunque nos cueste aceptarlo, no podemos controlarlo todo. La pandemia nos ha hecho darnos cuenta de esto.


Lo que va a venir ya llegará, pero en la espera de ello, la actitud es clave. Se puede esperar con paciencia o caer en la desesperación.


Don Segundo sabía esperar el bus que pasaba tres veces al día, y, mientras esperaba, estaba tranquilo y de buen humor. Él sabía que su ritmo de vida en el campo era así, y que la llegada del bus no dependía de él.


Para nosotros, la espera no es de un bus con horario sino de acontecimientos, eventos o situaciones que no tienen un día o un horario para llegar. En tiempos de pandemia, esperamos muchas cosas que no dependen de nosotros para llegar, pero que podemos esperar con paz y con sabiduría viviendo cada momento y no intentando escapar del presente. El futuro llegará mejor en la medida que en el presente lo esperemos con paciencia.


Finalmente, al llegar frente a la casa de don Segundo, lo dejamos con todas sus compras. Se bajó sonriente y, muy agradecido, se despidió. Nos dijo: “Ahora tengo que preparar el pan, y cuando esté listo, más tarde, podré reponer el cansancio