En el marco del centenario de la muerte de Teresa de Los Andes, la primera santa chilena, queremos invitarte a conocer las distintas facetas de su vida, a través de cinco fichas, que nos permitirán profundizar en su humanidad, su relación con Dios y los demás, y su corta vida de carmelita. Cada ficha presenta extractos del diario y las cartas de la santa, links para acceder a sus escritos y música para reflexionar.
En esta quinta ficha, te invitamos a conocer a Teresa de Los Andes y su faceta mística
La mística cristiana, a diferencia de otras religiones, tiene mucho de concreto. Es el conocimiento amoroso de Dios el que nos atrae como una experiencia vital, que nos lleva a la unión íntima con Él y, de esta unión “nacen obras”. Así, se puede decir que todos los santos fueron místicos.
Sin embargo, dentro de la Iglesia algunos de ellos gozaron de gracias extraordinarias. Santa Teresa de Ávila, por ejemplo, se preguntaba por qué el Señor hace estos regalos a algunos, y ella misma concluía que era para fortalecer al alma y poder imitar a Cristo “en el mucho padecer”.
Esto se cumple a cabalidad en Teresa de Los Andes. Pues, al leer sus escritos, nos encontramos ante un “alma de alto vuelo” que surcó “los horizontes infinitos” del misterio de Dios, configurándose con Cristo crucificado, hasta llegar a la unión mística con Él.
En la Carta 87, al padre Antonio María Falgueras S.J. (24 de abril, 1919), Juanita hace un resumen de las gracias místicas que ha recibido a lo largo de su vida, antes de ingresar al Carmelo. En la segunda “visión intelectual” en torno a Jesús Sacramentado el Señor le revela:
“Que rogaba incesantemente a su Padre por los pecadores y se ofrecía como víctima por ellos allí en el altar, y me dijo hiciera yo otro tanto, y me aseguró que en adelante viviría más unida a Él. Que me había escogido con más predilección que a otras almas, pues quería que viviera sufriendo y consolándolo toda mi vida. Que mi vida sería un verdadero martirio, pero que Él estaría a mi lado. Su imagen quedó ocho días en mi alma”.
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Ya en el Carmelo, Teresa comienza a adentrarse con mayor rapidez, en este camino de unión. Exteriormente parecía una hermana más, pero por dentro bullía la “hoguera de amor” que no quería dejar nada a su paso.Y ella, era en parte consciente de esta transformación, pues le confiesa con naturalidad y asombro a su madre, luego del retiro de Pentecostés:
“Mamacita, quisiera poderla hacer leer en mi alma, para que viera todo lo que en ella ha escrito Nuestro Señor en estos días. Quisiera que viera mi alma iluminada con los destellos infinitos del Divino Prisionero. Con esa escritura, con ese fuego, me hace comprender, me hace ver cosas desconocidas, grandezas nunca vistas. No se figura, mamacita, el cambio que ya percibo en mí. Él me ha transformado. Él va descorriendo los velos que lo ocultaban…”
Carta 106 (9 de junio, 1919).
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Esta experiencia de encuentro profundo con Jesús, semejante a la que vivieron los apóstoles en el monte Tabor, era una preparación para subir a otra cima. Los primeros días de marzo, Teresa le confiesa al padre Avertano del Santísimo Sacramento, o.c.d., que dentro de un mes morirá. Su “subida al Calvario” comienza precisamente el Jueves Santo (1 de abril de 1920). El 7 de abril le diagnostican un tifus avanzado, comulga por última vez y profesa como carmelita descalza “In articulo mortis”, lo que la llena de gozo.
La noche del viernes 9 de abril sufre una dolorosa tentación, al sentirse abandonada de Dios. Pero, la hna. Gabriela, su enfermera y primera biógrafa, precisa que: “Tuvo momentos también en que se notó que se le revelaba Dios sensiblemente. En uno de éstos dijo, como animándose a sí misma, estas palabras que Nuestro Señor le había dicho en otra ocasión:
«La víctima de amor tiene que subir al Calvario». Su connovicia la hna. Isabel de la Trinidad, recuerda: “El fin de Sor Teresa de Jesús, fue un reflejo de su vida de intenso amor a Dios… Las pruebas tan dolorosas a que fue sometida anteriormente su alma como últimos toques de purificación y de aumento de méritos, y también, sin duda, para sellar su carácter de víctima… habían ya pasado. Se le veía en una paz y felicidad inefable. Y en esa paz y felicidad entregó su alma al Señor”.
San Juan de la Cruz, conocido como el “Doctor Místico”, lo explica así:
“La muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce más que les fue la vida espiritual toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor, siendo ellas como el cisne, que canta más suavemente cuando se muere"
(Llama de amor viva. 1, 30).