Solidaridad: dar dignidad desde el amor
Actualizado: 1 de sep de 2020
En el mes de la solidaridad, te invitamos a leer la columna de María del Pilar Lira, estudiante de Filosofía UC y coordinadora del proyecto Betania UC.
La solidaridad es algo que pueden realizar todas las personas, sin importar su formación, educación o creencia religiosa. Tiene que ver con la sed de justicia por otro, e intentar encontrar los medios para aliviar ese dolor ajeno, independiente del rostro que tenga, ya sea un hermano, una amiga, la persona que trabaja conmigo o para mí, o aquella que materialmente tiene mucho menos que yo. El Padre Hurtado decía que “en el hambre y sed de justicia que devora muchos espíritus, en el deseo de grandeza, en el espíritu de fraternidad universal, está latente el deseo de Dios” (Un fuego que enciende otros fuegos, pág. 38).
Ahora bien, quisiera centrarme sobre todo en la solidaridad para los que somos cristianos, refiriéndome a otra cita de San Alberto Hurtado que dice: “el cristianismo se resume entero en la palabra amor: es un deseo ardiente de felicidad para nuestros hermanos, no sólo de la felicidad eterna del cielo, sino de todo cuanto pueda hacerle mejor y más feliz esta vida, que ha de ser digna de un hijo de Dios” (Ibid. pág. 46). Destaco “digna de un hijo de Dios” porque me parece una preciosa manera de abordar el tema desde la perspectiva cristiana. Somos verdaderamente hijos de Dios, sin embargo, creo que a veces se nos olvida la importancia que tiene esto… y lo olvidamos no solo para nosotros mismos, sino también para nuestro prójimo, que merece ser tratado con esa preciosa dignidad. Si viniera el hijo de un rey a visitarnos, seguramente le ofreceríamos nuestros mejores servicios, le prepararíamos la mejor comida, etc. Pero, para un cristiano ¿no somos todos hijos de alguien incluso más grande que un rey de turno? Somos todos hijos, ni más ni menos, que de Dios, y debemos preocuparnos de acogernos y respetarnos mutuamente con la dignidad que ello significa, demostrar gratitud, amor y respeto por ellos, como lo hacemos con nuestros padres, sin enaltecernos ni considerarnos superiores por ello. Y nosotros, los cristianos, somos quienes más debemos acogernos a esto.
Todo esto es una tarea sumamente difícil, pues, si bien somos hijos de Dios, no somos dioses, somos humanos. Cada individuo vive desde el yo, algo asombroso y de lo cual no podemos desprendernos. Esto quiere decir, que la vida de una persona, independiente de cuál sea, está necesariamente relacionada con el protagonismo. Con “protagonismo”, me refiero a que uno no puede dejar de ser el personaje principal en la propia historia, en sus vivencias, pensamientos, decisiones y eso es una de las características que hace a una persona única. Esto, no debe ser mirado en menos, no importa qué tan “importante” puedes parecer al mundo, si eres famoso o no lo eres, si eres rico o pobre, nadie puede quitarte el protagonismo de tu propia historia, en eso somos todos iguales. El yo, entonces, es un milagro precioso, pero al mismo tiempo peligroso, pues podemos centrarnos demasiado en nosotros mismos, porque estamos naturalmente ligados a él, y es difícil desprenderse de uno mismo para mirar más allá. La gracia de la solidaridad es que, a través de esta mirada desde el yo, en la cual yo Pilar, yo Pedro, etc., pueda construir un mundo más justo. Porque veo al otro, y veo que es igual a mí en dignidad, que también tiene un yo. Merece ser tratado con la dignidad y respeto que yo quisiera ser tratado en mi vida, en la historia que protagonizo, y con la dignidad de un hijo de Dios. Saber salir de uno mismo es amor, y la solidaridad es un acto amor. Cuando amamos a alguien somos capaces de salir de nosotros mismos.
Después de vivir durante algunos meses en la población La Bandera con el proyecto Betania UC, muchas veces me preguntaron: “¿no es asistencialista?”, “¿no es paternalista?”, “¿no es turismo social?” Efectivamente, en cualquier acto caritativo o solidario, incluso con el más cercano, se puede dar una relación de asimetría que posiciona a quien ayuda en un escalón superior a quien es asistido. Y, si bien, esto es algo que puede ocurrir, hay que trabajar para que no se transforme en un auto-ensalzamiento, pero nunca se debe dejar de ser solidario. Jamás hay que desistir en la lucha para que una persona esté mejor solo por el hecho de que “podría ser asistencialista” o “paternalista”. No si es con amor. ¿Pero, cómo puedes ser solidario por amor si no conoces a esas personas que sufren, por ejemplo? ¿Cómo puedes amar a quien no conoces? El amor de Dios nos demostró que no necesariamente tenemos que conocer a una persona para luchar por ella…
En la Bandera tuve una experiencia preciosa que me gustaría relacionar con esto. Al vivir ahí y hacer mi vida normal pero en otro barrio, con otros vecinos y otras condiciones materiales, poco a poco pude desprenderme de ese rol quizás paternalista en el que “yo soy cuica y vengo a ayudarte” o “yo soy cristiana y sé mucho de Dios, así que voy a enseñarte”. Aunque uno no lo quiera y vaya a misionar con la mejor de las intenciones, hay una relación asimétrica en la cual hay uno que tiene un rol con el otro. En la Bandera dejó de existir ese rol para mí en el sentido de la superioridad… pasé a ser una más, o al menos así lo sentí yo. Era una vecina más, que hacía asados y se reía con ellos. Y descubrí que no tenía que, necesariamente, despreciar la asimetría, pues efectivamente, hay cosas en las que un individuo sabe más que el otro. Lo extraordinario es darse cuenta que todos vivimos constantemente en esta dinámica. En algunas ocasiones era yo quien podía aconsejar, porque tenía ciertos conocimientos sobre algo que ellos quizás no, y en otras ocasiones eran ellos, mis vecinos, quienes me enseñaban a mí. En esta asimetría, es donde reconozco tanto el yo del otro —y noto que es igual a mí en dignidad—, como también la diferencia de protagonismo; cada uno tiene su propia mirada y sus propias vivencias. A través de este reconocimiento, descubro la importancia y la riqueza de la diversidad, cómo todos podemos aportarnos unos con otros, y trabajar por la felicidad de ese tercero desde el amor, dando fruto a la solidaridad entre hermanos y hermanas que se descubren al levantar la mirada.
Siempre he sido alguien que cree en las personas. Creo que se puede lograr un mundo mejor, sin embargo, a veces se me caen los brazos, y me dan ganas de llorar, porque veo egoísmo y diferencias de pensamiento que no pueden concordar. Pero mi fe en la humanidad, en las personas, vuelve y con mucha intensidad, cuando veo actos solidarios, fundaciones, proyectos sociales, que están constantemente trabajando por el prójimo en base al amor, a la sed de justicia. Como dice el Padre Hurtado “urgido por la justicia y animado por el amor”.
La solidaridad es algo precioso que tiene que ver con ese amor gratuito que nace al desprendernos de nosotros mismos, de nuestro propio yo, de “no mirarse el ombligo”, para mirar a otros y que nos urja la justicia para ese otro. Para los cristianos tiene que ver con brindar esa dignidad de hijos de Dios, procurando no ensalzarnos a nosotros mismos por nuestros actos de caridad ni esperar reconocimientos o algo a cambio. La solidaridad es lo que mantiene a este mundo, sin ella, quizás estaríamos absolutamente perdidos…. Jamás debemos dejar de ser solidarios.
María del Pilar Lira Illanes
Alumna de Filosofía UC
Coordinadora Betania UC