MIGRACIÓN: Chile con voz colombiana

Cada migrante tiene una historia. En este día internacional del migrante te traemos la de Bibiana, un relato de sabores, abrazos, estigmas contra los que luchar y la esperanza dentro de un campamento.

Más allá de las cifras, cada migrante tiene una historia, una cultura de la que proviene y una expectativa que puede o no llegar a lograr. La cultura de Bibiana es de un país lleno de sabores, de gente que se abraza y se cuenta cosas aunque no se conozca.


“La gente me dice: “colombiana” yo vengo sólo a escucharla hablar, porque está llena de alegría”, dice ella con su acento dulce y pausado. “Pero no saben lo que una carga por dentro”.


Bibiana Mosquera tiene 39 años, y sí, es colombiana. Vivía como madre soltera con su único hijo en Medellín, hasta que este, sin dinero suficiente como para continuar con sus estudios universitarios, se vino a Chile con la esperanza de poder trabajar, y ella se quedó viviendo sola en Colombia. Fue en 2017 cuando decidió venirse a nuestro país, buscando reunirse con su hijo, y poder encontrar mejores perspectivas económicas.


Llegó como una de las 1.492.522 personas extranjeras que -según el INE- hoy viven en nuestro país, con esperanzas de prosperar, que pasaron por varios altibajos.


Si bien había logrado encontrar un trabajo, lo perdió antes de la pandemia, sin aviso previo, al llegar de sus vacaciones. Lo peor de la pandemia la agarró en cesantía, y, como a varios migrantes, sin poder optar a salvavidas del Gobierno, por falta de documentos.


“El gobierno nos dejó solos, porque si no tenemos visa definitiva es mucho más difícil llegar a los beneficios. No pudimos acceder a ningún subsidio”. Su documentación estaba tramitándose hace meses, pero en espera. Su familia aquí también se quedaron todos sin empleo. Y así, sin trabajo, sin documentación completa, sin subsidios, y con el precio del lugar de donde arrendaban haciéndose impagable…


Fue entonces que, por descarte, optó por instalarse en uno de los lugares más estigmatizados en Chile: un campamento. Uno que en su interior, tiene habitantes de 8 nacionalidades distintas, donde se escucha creole, acento centroamericano y chilensis concentrados a la vez en este lugar sin nombre dentro de San Felipe. Y junto al desafío de vivir entre distintas culturas, y del difícil acceso a bienes básicos como agua y electricidad -un panorama algo distinto al que tenía en mente cuando tomó la decisión de venir a Chile- Bibiana se tuvo que enfrentar a otra dificultad menos visible. “Aprovechadores”, y “narcotraficantes”, son las palabras que no pocas veces escuchaba dirigidas a su comunidad y que Bibiana siente ajenas a su realidad.


“Todos los que estamos acá es porque nos quedamos botados, sin dinero, sin documentos, que se complicaron de sacar primero con el estallido y luego la pandemia. La pregunta es: ¿es culpa de nosotros? Nos duele el alma que nos digan que estamos allá porque somos aprovechadores y que les quitamos cosas a los chilenos que han trabajado”.

ROMPIENDO ESTIGMAS


“No le voy a mentir” dice Bibiana “En el campamento hay gente que le gustan las armas y el alcohol. Pero hay personas que de verdad no tienen trabajo, o bien que ya han encontrado” ella encontró hace un mes “y de todos, en el campamento diría que el 80% quiere salir adelante. Queremos trabajar y ahorrar para volver mejor a nuestros hogares de origen. Hay gente que llegó para hacer el bien; no por ser extranjeros y estar en una toma somos malos”.


En contraste a esto, hay quizás varios mitos que derribar.


Waleska Ureta, nueva Directora Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), ve que hay algunos mitos en torno a los migrantes. “Uno de ellos, que “todos son delincuentes”. Pero cuando 1% de la población migrante es la que comete delitos, ¿qué pasa con el otro 99%?. No hay solamente fronteras geográficas, también están las que nosotros vamos teniendo en nuestras mentes y en nuestros corazones cuando no estamos comprendiendo la situación de estas personas, que migran a Chile buscando una mejor calidad de vida, a trabajar. Transformar la historia colombiana en lo de la droga, o en cualquier otra cosa, es estigmatizar. Nosotros tenemos que hacer un ejercicio de escucha, de conocer su historia, de culturizarnos, dice apuntando que una de las mayores áreas de trabajo del SJM es justamente sensibilizar a la población sobre este tema, para ayudar a la integración.


Toca entonces sensibilizar como labor humana, y también cristiana. Delio Cubides, Secretario ejecutivo y asesor migratorio del Instituto Católico Chileno de Migración (INCAMI) reclama que “si nos decimos cristianos, no puede haber un extranjero que no sea acogido”. En eso como INCAMI han actuado entregando bienes básicos y sobre todo, haciendo visitas de asesoramiento a comunidades de migrantes, para ayudarlos a sacar adelante sus trámites y lograr insertarse. Y paradójicamente, reflexiona que la acogida podría darse quizás a la inversa: “Nos encontramos con la parábola del buen samaritano, que tiene como trasfondo que la caridad fue ejercida por el extranjero. Ahí Jesús quiere dar un mensaje distinto: a lo mejor, del que menos la sociedad esperaba, es el que más puede dar”.


ALLÁ ARRIBA

Créditos: Jorge Rubio

En el campamento sin nombre de San Felipe están preparando la Navidad, y con ganas.

Bibiana arregla sus muchos adornos especiales para la ocasión, y espera tener pronto en el campamento una capilla que están ayudando a construir entre buena parte de los vecinos migrantes, comprando palo por palo, al ritmo que puedan. Ya cuentan al menos con las vigas iniciales, que les dan el ánimo suficiente como para llevar instrumentos y hacer misa. El campamento, un lugar de desniveles de suelo que es pura tierra, con acceso limitado a la luz y el agua, ve desde las alturas lo ancha de la cordillera, y también, a lo bajo, una comunidad que vuelve a hacerse más local, la villa Sol del Inca.


“Cuando yo vivía en la villa, antes de llegar al campamento, era todo más frío, sin mirar mucho al vecino”, recuerda Bibiana. “Pero acá arriba en la toma, vivimos ese amor, ese cariño, y en estas fechas repartimos natilla y buñuelos entre vecinos, sin importar si es negro o si es blanco, si tiene o no tiene plata. Sea haitiano, chileno, colombiano, lo que sea.” Luego de unos segundos, no se aguanta y se le arranca la amabilidad por el teléfono: “Usted venga si quiere también, la recibimos con gusto”.