Algunas personas gozan de una fama inmerecida. El mundo de las redes sociales está lleno de gente de este tipo. Pero el fenómeno de la fama inmerecida se da en ámbitos aparentemente más serios que Instagram como la filosofía. Ludwig Feurebach es un filósofo que goza de una fama inmerecida. Su filosofía no es particularmente sofisticada, sus argumentos falaces e incompletos. Defendía la idea que todo era constituido de materia y que todo lo que no era materia no podía existir en verdad.
Dios era su principal enemigo: no siendo materia no podía existir, los creyentes víctima de un engaño. Realmente unas ideas poco originales, sin embargo, Fuerebach es famoso porque en un raro momento de inspiración supo acuñar una frase que quedó en la historia «El hombre es lo que come».
Feuerbach quería afirmar de manera grosera que toda creencia religiosa era en realidad fundada en razones económicas: después de todo si uno antes no come, no puede pensar, por la simple razón de que, sin comer, uno muere y los cadáveres no piensan. Si encuentran el razonamiento burdo están en buena compañía.
Sin embargo, la frase de Feuerbach, dice algo verdadero. Y es que la comida es mucho más que simple nutrición, es satisfacción de necesidades biológicas.
Cada vez que vuelvo a Italia, al bajar del avión, en mi casa siempre me espera algo especial: mi papá ha ido comprar alguna especialidad italiana de las que es difícil encontrar en Chile: es una de las tantas maneras concretas en la que mi papá me demuestra afecto.
Cuando el padre Diego, que vive conmigo, hace pizza, en la casa se crea inmediatamente un clima de calma y sencilla festividad. Así mismo, cocinar distraída y superficialmente crea distancia entre las personas, y contribuye a crear un clima de frialdad y descuido.
Y es que por medio de la comida comunicamos emociones. Se puede transmitir mucho amor cuidando los detalles de un buen almuerzo. Se puede empezar grandes amistades alrededor de la comida.
No está demás notar que el mismo Jesús dijo e hizo muchas cosas importantes alrededor de una mesa, comiendo. Como cuando defiende la mujer que vierte sobre sus pies óleo perfumado. Como cuando instaura la Eucaristía, como cuando perdona a Pedro por su traición frente a unos pescados asados.
Un detalle de su vida que siempre me ha llamado la atención es que Él dice de sí mismo que «come y bebe» a diferencia de Juan el bautista que «No come ni bebe» y así se expone a la acusación de ser comilón y borracho, dejando entrever la posibilidad de un cierto gusto por la comida.
Sé que llegados a este punto unos empezaran a decirme :«Es que no me gusta cocinar» o «Es que no tengo tiempo» «Es que no soy capaz». Son problemas de no difícil solución. Debo contarles antes un poco de mi, para llegar a la respuesta…
Soy italiano. La comida es una parte importantísima cultura. Hablamos mucho de comida y dedicamos a ella mucho tiempo y muchas energías. La cocina italiana tiene una gracia muy especial: no es compleja. O, mejor dicho, tiene una cantidad de recetas tradicionales simples y gustosas que requieren poco tiempo para prepararse. Es así como en esta rúbrica voy a compartirles unas recetas muy sencillas pero gustosas que les permitan transmitir afecto, atención y cuidado a sus seres queridos.
Padre Federico Ponzoni
Asesor de la Pastoral UC